Cada vez soy más fan de los restaurantes tematizados y no puedo evitarlo. Siempre me ha hecho ilusión probar nuevos establecimientos hosteleros, ya sean restaurantes, bares de tapas, creperías e incluso cafeterías, pero últimamente me he unido a la moda de los restaurantes tematizados y cuando voy a probar alguno que sé que es famoso por su ambiente o decoración, me emociono aún más. No es que no tenga en cuenta la carta y la calidad de la mismo, ni mucho menos, pero podríamos decir que es un punto más a tener en cuenta.
He estado en todo tipo de restaurantes temáticos: de cine, naturaleza, árabes, asiáticos, musicales, de terror… he visto de todo y he amado algunos y odiado a otros. Por ejemplo, aún no he encontrado un buen restaurante temático de cine que merezca la pena. La mayoría decoran las paredes con fotografías de actores y actrices o carteles de películas (muy al estilo Fosters Hollywood) y se olvidan de todo lo demás: nombres de platos, aseo, mesas e incluso de la vestimenta de sus camareros y maître. Aunque sigo buscando no lo encuentro pero, por ello, no perderé la esperanza.
La semana pasada, con motivo de la visita de unos parientes que viven lejos y vemos de año en año, fuimos a comer a un restaurante en Castalla. Toda esa área geográfica del noroeste de Alicante (Castalla, Ibi, Tibi, Onill, Alcoy…) es una zona donde la gastronomía es fabulosa y para destacar debes aportar algo más que el plato que pones en la mesa. Allí encontramos restaurantes como “La cuina de Kike y Cuca” donde, cuando menos te lo esperas, sube la música y aparecen en el salón los cocineros, camareros y resto de trabajadores bailando para todos los comensales, o “El Viscayo”, donde el dueño (mago frustrado) aparece de pronto en medio del salón para hacer algún truco de magia ante la atenta mirada del asombrado público. Pero este nuevo restaurante que visitamos, a pesar de no tener tan gratos espectáculos, no deja nada que desear.
Nuestro descubrimiento
Se trata de un restaurante ubicado en medio de la montaña, tipo finca u hotel rural, cuya rústica decoración ya llamó mi atención nada más entrar: con ruedas de carromatos, ruecas, vigas de madera antigua y este tipo de cestas de mimbre por todas partes. Sé que se trataba de esas cestas concretamente y no de otras porque incluso pregunté por ellas a nuestra camarera (un encanto por cierto), que resultó ser hija del dueño, y que me dijo que su madre era una fan incondicional de los Hermanos Borrás. Toda la decoración me empujaba a entrar en un cuento tipo “Hansel y Gretel” o “Caperucita Roja” sin pretenderlo. No es que quisieran imitar los mundos de ensueños de Lewis Carrol o de los Hermanos Grimm, es que lo habían conseguido sin proponérselo. La comida estupenda, por supuesto, y los camareros encantadores. Nos sirvieron un riquísimo plato al centro, enorme, de gazpachos manchegos con tortas ácimas desmigadas, setas, caracoles, carne de conejo y pollo que parecía una exquisitez de alto gourmet a pesar de ser cocina tradicional acompañado luego del plato individual, donde rozamos la ambrosía de los dioses (cada uno en su elección). Impresionante.
El paraje del entorno, además, daba al lugar un ambiente especial, de ensueño, mágico. Merece la pena desplazarse hasta allí para llenar el estómago con buena comida casera en idílico espacio sacado de una página de cualquier cuento cuya estética recuerde a los campos y pueblos rústicos de antaño.